Opinión

¿Era real el Ansu que vimos?

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Ha sufrido una lesión muscular en el bíceps femoral del muslo derecho en el entrenamiento de este miércoles / Atlas News

El momento actual de Ansu provoca una tristeza infinita al barcelonismo. Sus últimos años invitan a abandonar la idea de que puede volver a su mejor versión, pero su edad (solo 22 años) es una tentación demasiado grande para claudicar del todo. De momento, cada lesión que sufre es una pequeña punzada, un aviso de que las expectativas a menudo se tuercen por el camino. También que las carreras de las grandes promesas no siguen un camino recto.

Han pasado ya cinco años de su debut con el Barça, pero el recuerdo de ese Ansu arrollador y alegre, que era la viva imagen de la juventud, permanece en el imaginario. Aquella versión destacaba sobre todo por su pegada. Si Lamine se define por su creatividad, Ansu definitivamente lo hacía por el gol. Su acierto era tan espectacular que por momentos parecía irreal. Cada balón que conectaba alrededor del área era medio gol.  

En octubre de 2021 los datos de 'OptaJose' señalaban que, desde febrero de 2020, era el jugador con mejor porcentaje de acierto de cara a gol con remates a portería en LaLiga (68,7%). 11 tantos con tan solo 16 disparos a puerta. Unos niveles de efectividad brutales.

Visto con perspectiva, es interesante hacerse la pregunta sobre si aquellos porcentajes de acierto eran verosímiles o se habrían sostenido en el tiempo. Más aún, si echamos la vista atrás en sus años en La Masia, donde marcaba goles pero no sumaba cifras de récord y era más un falso nueve que un killer.

En sus inicios con el primer equipo Ansu parecía estar pasando por lo que los americanos llaman un estado de flow. Una etapa transitoria que se caracteriza por una sensación de fluidez entre el cuerpo y la cabeza, donde todo fluye. En lenguaje futbolístico de toda la vida: uno de esos momentos donde a los delanteros les entra todo. Lo estamos viviendo ahora con Raphinha.

Ese Ansu apuntaba a goleador salvaje; un falso extremo que armaba la pierna para disparar con una velocidad asombrosa. Pero, también, un delantero que llegaba siempre una milésima antes que los defensas para golpear el balón. Justo lo contrario que ahora, donde sus disparos siempre encuentran alguna pierna de más, sus controles están desafinados y sus giros transmiten una rigidez preocupante. Pero Ansu nunca fue un extremo con el desequilibrio y la imaginación de Lamine.

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Ansu ha pasado de flotar en el campo, a jugar acelerado, más pendiente del balón que de ocupar los espacios donde marcaba diferencias. El reto más difícil para él es aceptar que quizás no vuelva a ser nunca más ese jugador. Incluso en ese caso, no debería ser el final de su carrera en la élite: con ritmo y confianza, puede ser un delantero importante. Pero, todo empieza en su cuerpo y su cabeza. Incluso esa relación innata con el gol que sugería, es impensable que vuelva sin una condición física de primer nivel.