“Estar a solas en el Estadi Olímpic me ha llevado a vivir un ‘flashback’ de mi historia con el atletismo. Me ha pasado por la mente todo lo que he trabajado, apostado y sacrificado desde que a los quince años tuve claro lo que quería”. Mira hacia el pebetero. Cielo azul raso, temperatura casi sahariana a las cuatro de la tarde y un impresionante silencio. Estamos solos. Cinco personas y un estadio plagado de recuerdos y de momentos históricos para nosotros.
Raquel González añora “mi querida Barcelona, pero he tenido que dejar a mi familia y a mi ciudad por este sueño. Me fui a entrenar con un grupo internacional a Madrid y, tras la decepción de los Juegos de Río, renací”. Allí compitió enferma. “Acabé con convulsiones en el hospital -explica- pero lo di todo y no tuve nada que reprocharme. Aún así, ser la decimoquinta no me llenaba. Llegué a casa y decidí hacer cambios: me operé la rodilla, cambié de ciudad y de entrenador, con el que estoy ahora, José Antonio Quintana”. La marchadora sabe que llega en Tokio en un buen momento. Acaba de conseguir la medalla en el Campeonato de Europa por países y va con “buenas sensaciones. Saber que tienes a tanta gente detrás apoyándote y empujándote es un estímulo, de ahí obtienes un punto extra de fuerza en competición”.
Atleta del Barça, pasear su nombre por el mundo “es una satisfacción enorme y defiendo esta camiseta al máximo. Es un gran club por muchos motivos pero el hecho de estar representado en otros terrenos que no sea un campo de fútbol, una pista en mi caso, le hace mucho más grande”. Raquel se ajusta el top blaugrana y empieza a machar por el Estadi Olímpic. Dispara el flash, ajusta el encuadre el fotógrafo y ella vuelve a desviar la mirada al pebetero. “Estar aquí me da mucha energía positiva”. Con ella y su fortaleza mental, se va a Tokio a por todas.