Podría haber ocurrido en cualquier estadio. En cualquier categoría. Y hasta en cualquier siglo. El fútbol ha evolucionado hasta límites insospechados, pero cuando un jugador se lesiona todo se iguala.
Puede que no haya, de hecho, nada más democrático que la forma de sacar a un futbolista del campo cuando este sufre un contratiempo físico. Ocho manos, a veces cuatro, y una camilla. El jugador rezando en silencio para que nadie resbale y los responsables contando los segundos para escapar de las miradas del público.
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Una única licencia para el caso que nos ocupa: auriculares. ¿Para concentrarse? ¿Por el ruido ambiental? Por si las moscas, el lesionado sigue en tensión.