El balón de las estrellas
Hace 30 años, la primera Champions League ya era una realidad: fase de grupos, más dinero para todos y una estética unificada
El logo se garabateó en diez minutos y el himno se compuso en dos días
La Champions, una competición única / SPORTbyPanenka
Septiembre de 1987. El campeón de la Liga española y el vencedor de la Serie A están listos para enfrentarse en la primera ronda de la Copa de Europa. Aún con sensaciones de pretemporada en el cuerpo, uno de los dos se despedirá de la máxima competición continental cuando todo no ha hecho más que empezar.
Fiel a su dinámica de rondas a vida o muerte generadas al azar, el torneo no tendrá más opción que desprenderse del Real Madrid de la ‘Quinta del Buitre’, aspirante a todo, o del Nápoles de Diego Armando Maradona, uno de los conjuntos del momento.
En su despacho de Milán, Silvio Berlusconi observa horrorizado cualquiera de las dos alternativas. No sólo porque teme que su Milan, con el que acaba de hacerse y al que convertirá en el siguiente dominador continental, pueda verse algún día en una tesitura como esta.
Sino, sobre todo, porque lo considera absurdo desde el punto de vista del negocio. Que el partido de ida se juegue en un Santiago Bernabéu a puerta cerrada debido a una sanción no hace más que acrecentar la sensación de que la vieja Copa de Europa está caduca. Síntomas que no han parado de manifestarse desde la tragedia de Heysel, que sesgó la vida de 39 personas en los prolegómenos de la final de 1985.
Aquel duelo entre madrileños y partenopeos será, pues, un momento fundacional. Los blancos pasarán de ronda, pero se estrellarán en las semifinales ante el muro del PSV, que tendrá suficiente con marcar sólo dos goles desde cuartos de final para llevarse una de las finales de Copa de Europa más deslucidas de siempre.
‘Il Cavaliere’ toma la iniciativa y se pone en contacto con la agencia en la que trabaja Alex Fynn, creativo publicitario que también participará en la génesis de la Premier League. La propuesta con la que responderá Fynn es ambiciosa. Quizá demasiado. Tanto, que no prosperará.
Una Superliga cerrada que cuenta sólo con los grandes clubes de los mayores mercados europeos (tres de España, Alemania e Italia; dos de Francia y Países Bajos; uno de Portugal y otro de Escocia) es más de lo que la UEFA puede soportar. La línea roja es que el campeón de cada liga tenga la opción de participar. Aun así, en Nyon ya están avisados: nada volverá a ser lo mismo.
Flashforward hasta 1991. Berlusconi no se ha olvidado de su idea, sino que escala su amenaza. En una entrevista en World Soccer dice sin tapujos que la Copa de Europa “es un anacronismo histórico”, y que “no tendría sentido” que un club como el Milan quedara eliminado a las primeras de cambio.
En el bando de la UEFA, Lennart Johansson acaba de acceder a la presidencia. Hombre de negocios, ve la oportunidad de liderar el cambio y, de paso, explotar derechos comerciales fragmentados y difusos. Con el impulso del sueco, la temporada 1991-92, la que vio al Barça alzar su primer título, será la de la última Copa de Europa, pero ya incluirá una variación: se añade una fase de grupos previa a la final.
No es una Superliga, pero permitirá que los equipos jueguen más partidos, generen más ingresos y tengan más opciones de esquivar una eliminación temprana. El debate está servido. Pero será estéril. En cuestión de meses, los equipos, los patrocinadores, las operadoras de televisión y la propia UEFA ya están de acuerdo. Ha nacido la Champions.
Bajo la presión de los clubes más poderosos, los formatos evolucionarán con los años, se ampliarán los participantes y los representantes de las ligas más potentes. De hecho, en 2024 la Champions vivirá su primer cambio de formato desde que se eliminó la doble fase de grupos y se dio la bienvenida a los octavos de final en 2003.
La idea que llega a la mesa de Johansson ha surgido de las cabezas de dos alemanes, Jürgen Lenz y Klaus-Jürgen Hempel, que habían trabajado juntos en ISL, la mayor comercializadora de derechos deportivos de la época. No sólo se trata de cambiar el formato. Es un plan ambicioso que propone un pack completo que tira abajo una estructura de venta de derechos arcaica.
Todo revestido, de la mano de su acuerdo con la compañía suiza de mercadotecnia TEAM, de una liturgia propia y de una estética y unos horarios unificados. Y, por supuesto, con un logo y un himno que, 30 años después de aquella primera edición, la que vio al Marsella convertirse en el primer francés en levantar la ‘Orejona’, son dos de los iconos más populares de la historia del deporte.
Un logo inmutable
En Londres, Bridge Design hizo llegar a la UEFA una propuesta de logotipo que quería captar la esencia del nuevo torneo. Su creador, Phil Clements, pensó en las estrellas en una asociación de ideas entre la Champions y la Unión Europa.
¿Y si le diera aspecto de balón a esos ocho astros que representaban a los ocho equipos que accedían a la fase final? Cuenta Clements que la creación le llevó diez minutos. Aunque su diseño sería el elegido entre 50 candidatos, todo fue precipitado, como dijo a The Independent: “Justo antes de que se cerrara la puerta de la reunión, les dije: ‘colgad este’. Llegué en el último segundo. Pegaron los diseños en una pared y eligieron el mío”.
Antes de una reunión posterior que se celebró en los días previos a la final de 1992, le dieron ‘vida’ al logo. Su jefe no las tenía todas, pero, para Clements, las estrellas debían adornar un balón al estilo Tango. Las pintó en una bola blanca, aunque el prototipo se perdió. Uno de los representantes de la UEFA dio unos toques en plena reunión y la pelota cayó por la ventana. La idea sobrevivió, y aunque Clements no ganó más de 300 libras por ella, hoy siente el orgullo de un padre.
Así lo contaba él mismo para The Athletic, en la previa de la última final de Liga de Campeones: “Cuando me preguntan por mis trabajos y les menciono esto, se quedan con la boca abierta. Y nunca ha cambiado. El resto de cosas que he hecho se ha retocado y actualizado (...) pero el logo de la Champions League es básicamente el mismo que garabateé en pocos minutos”.
Un himno clásico
No empieza un partido de Champions League sin que antes los futbolistas formen sobre el terreno de juego para escuchar el himno de la competición. Ese “The Champions!” salió de la mente de Tony Britten, un compositor de música para cine que en 1992 asumió el encargo reinterpretando Zadok the Priest, la obra con la que Georg Händl celebró la coronación de Jorge II de Inglaterra en 1727.
“De Händel sólo cogí la introdución con los violines in crescendo. En un par de días ya tenía la melodía arreglada”, señaló en alguna entrevista. La letra fue otra historia: “La UEFA apenas nos había trasladado una idea central: ‘los mejores de los mejores’. Así que elaboré una lista de superlativos y la mandé a traducir al alemán y el francés”.
Varias reuniones después, dieron con la fórmula. El resultado, con la música de la Royal Philharmonic Orchestra y del coro St. Martin-in-the-Fields, les sonará: “Die meister, die besten, les grandes équipes, the champions!”. A diferencia de Clements, su paisano Britten sí que ganó un buen dinero gracias a su aporte a la nueva Liga de Campeones. Vista la transformación del torneo en las últimas tres décadas, queda claro que no ha sido el único.
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