Òscar Garcia, entonces técnico del Juvenil A, dijo basta, abrió la puerta y se fue del Barça porque quería crecer como entrenador, pero también “para dar paso a las nuevas generaciones”. Se negó a ser un tapón cómodamente instalado en el fútbol base. El hoy técnico del Celta es una excepción. La lucha de clases no es la única batalla que debe librarse en la sociedad para progresar. Existe otro combate, igualmente cruel, en el que hay que sortear los obstáculos colocados por quienes preceden generacionalmente a quienes buscan su lugar en el mundo. También en el Barça.
El muro que hoy intentan derribar Aleñá o Carles Pérez no se ha construido únicamente con una política de cantera equivocada. No se trata solo de formar jugadores y apostar por ellos, es algo más. Todibo, Wague y Junior, sin haber crecido en La Masia, son también víctimas de ese tapón generacional formado por compañeros que se resisten a abandonar su posición y privilegios. Los muros, como el que cayó en Berlín hace 30 años, se destruyen a martillazos y sin pedir permiso.