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Ni con Valverde ni sin él

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Ernesto Valverde siguió el partido ante el Slavia con preocupación / | AFP

La derrota en el campo del Levante y el todavía más sorprendente empate ante el Slavia han activado las alarmas blaugranas tras una fase de relativa bonanza -siete victorias seguidas- que sólo sirvió para que nos engañásemos con el recorrido del actual Barça. 

El equipo nos había acostumbrado a reaccionar rápidamente tras sus más sonoros tropiezos, y ayer estaba en juego su credibilidad en el sentido que, cuando quiere, puede. Pero del mismo modo que en Valencia no quiso igualar la voluntad del rival, ayer sí quiso aceptar el reto exigente que propusieron los checos -tanto en lo físico como en lo táctico- y no supo, ni pudo. Lo cual es más preocupante.

La temporada pasada repetimos hasta la saciedad que había un Barça en Liga y otro más motivado cuando salía a Europa, y era tan cierto que este curso, cuando no ha sido superior en ninguno de los cuatro partidos de Champions, delata una involución justo cuando presumíamos que los refuerzos de De Jong y Griezmann supondrían un salto de calidad. Cuando no se sabe si un equipo tiene un problema de actitud o de fútbol quizás sea porque los tiene ambos y se manifiestan alternativamente. 

Es legítimo que haya quien quiera ver un pequeño bache pero la mediocridad barcelonista viene de lejos y la hemos ido aceptando entre todos a base de victorias y títulos que no ilusionan, no porque queramos quitarles valor sinó porque el juego convierte el camino en insufrible gane o pierda.

Valverde no engaña a nadie. La victoria es su único baremo de medición futbolístico. Y no debería sorprender que la generación de fútbol del equipo haya empeorado hasta tener la sensación que, a pesar de su superioridad individual, el Barça no tenía ayer recursos para desbordar al Slavia. No habiéndolo hecho al final del curso pasado, no toca ahora plantearse un cambio en el banquillo. Echando a Valverde a media temporada no se arreglaría nada, del mismo modo que tampoco se va a arreglar nada con él. Antes de viajar a Valencia, le preguntaron si tenía al equipo donde quería y respondió afirmativamente con el liderato de la Liga y del grupo de Champions como único argumento. Con este nulo grado de autoexigencia, que se ha trasladado al vestuario y a la masa social, es difícil aspirar a más de lo que dé la inspiración de Messi. 

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No tengo duda de que el Barça recuperará una línea positiva de resultados más pronto que tarde pero, vista de la montaña rusa de sensaciones que dibuja la temporada, suena a engordar para morir.