En Mestalla vivimos más que un partido un partidazo. Un encuentro de alta tensión entre dos equipos grandes. Cada uno jugando con sus armas. El Valencia, con mucha agresividad. Demasiada agresividad. Yo diría que practicando un fútbol (por denominarlo de alguna manera) violento. Y el Barça, apoyándose en la magia y la eficacia del tridente. Un partidazo en el que hubo de todo: intensidad, goles y errores arbitrales. Y emoción. Mucha emoción.
Messi abrió el marcador con un gol muy protestado por el Valencia por el fuera de juego posicional de Luis Suárez. Al descanso, el Barça mandaba 0-1 pero había perdido por una grave lesión a Iniesta, víctima de una durísima entrada de Enzo Pérez. En la segunda mitad, los blaugranas saltaron al campo 'empanados', sobre todo en defensa, y el Valencia lo aprovechó para darle la vuelta al marcador con tantos de Munir (que ni hizo ademán de celebrarlo, en una gran demostración de barcelonismo) y Redondo...
Pintaba mal para el Barça. Muy mal. Sobre todo porque Diego Alves (al que el Barça rechazó fichar en beneficio de Cillessen) lo paraba todo. Hasta que no pudo parar lo imparable: un zambombazo de Luis Suárez que significó el empate a dos. El uruguayo empalmó un rechace del portero del Valencia con toda su alma y volvió a dar vida al conjunto de Luis Enrique.
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El Barça lo intentó todo en los últimos 20 minutos para conseguir la victoria. Y la logró. De penalti. Una pena máxima que provocó Luis Suárez y que transformó, con susto incluído, el gran Leo Messi, que conseguía su particular doblete y tres puntos de oro para los blaugranas.