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Superliga: ¿Un golpe de la calle o de palacio?

OPINIÓN

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid / | sport

Decía Winston Churchill que la historia le trataría bien principalmente porque la escribiría él: el que vence siempre tiene razón. Estaba pensando en ello cuando escuché a los propietarios de los equipos ingleses (derrotados) pedir disculpas en varios formatos por su intención de crear una Superliga europea: nos dijeron que se habían olvidado de la importancia de la afición. ¿En serio? Sabían que esa versión del colapso del proyecto (el triunfo de la hinchada) sería comprada de inmediato por los vencedores, especialmente aquellos que salieron a la calle en Leeds y Londres, satisfechos de su fuerza, casi invisible hasta esta misma semana. Esa es además la lectura mayoritaria de lo ocurrido.

Pero conforme se van conociendo más detalles de los eventos que siguieron a la presentación nocturna de la Superliga el pasado domingo, la impresión que me queda es diferente. Para empezar los enemigos del proyecto de Bartomeu y Florentino estaban preparados porque fueron avisados con tiempo desde el interior del grupo rebelde (el New York Times habla de una reunión entre Laporta y Tebas). El presidente de LaLiga informó a Ceferin y a los jefes de otras ligas europeas. Las consecuencias fueron lógicas: desde la UEFA se presionaron a varios gobiernos, se fueron escribiendo discursos belicosos, se amenazaron con castigos a los jugadores y los clubs.

La Premier se puso en contacto con el ejecutivo de Boris Johnson. Siempre en busca de la popularidad, éste envió a uno de sus ayudantes a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) con una ‘sugerencia’: el Manchester City debía mantenerse al margen o el gobierno británico acentuaría la legislación del fútbol, además de afectar las relaciones bilaterales. El mayor accionista del City es el jeque Mansour, vicepresidente de la EAU y miembro de la familia real de Abu Dhabi. 

Jugadores del Manchester United, del City, del Liverpool pidieron explicaciones. Guardiola y Klopp mostraron su disatisfacción. Agnelli, presidente de la Juve, apagó el teléfono para no tener que mentir más a su amigo Ceferin, padrino de la hija pequeña de aquél. Según Florentino, había un tapado en el grupo de la Superliga, el City, que saboteó el proyecto, contagiando al resto. 

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Todo eso pasaba lejos de la mirada pública. Como siempre se buscan explicaciones sencillas para problemas complejos, la imagen icónica de Peter Cech pidiendo a sus aficionados que dejaran pasar el autocar del Chelsea será eterna. Pero para entonces el golpe de palacio ya había conseguido su efecto demoledor