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Antes todo esto era más serio. O lo parecía.

OPINIÓN

Fernando Alonso, piloto de Alpine / | EFE

Alguien se ha empeñado en jodernos el verano, en no permitir que nos pongamos aún las bermudas y las chancletas. Después de que Red Bull sonrojara a Ferrari en Budapest, la F1 se ha ido -en teoría- de vacaciones. Y sin embargo nadie recuerda un arranque de este período de “inactividad” tan movidito.

Se ha hablado del “efecto mariposa” que supuso que Sebastian Vettel abriera una cuenta en las redes sociales para anunciar su retirada a final de temporada, lo que desencadenó un torrente de movimientos inédito. También algunas interacciones que fueron auténticas meadas fuera del tiesto. Pero puede que todo comenzara con la guerra entre el equipo Chip Ganassi Racing y el McLaren Arrows por hacerse con los servicios de Alex Palou para el próximo curso. ¿En la Indy o en la F1?

Ese es el despertar de la serpiente de este verano que luego hemos visto que tiene una cierta relación con algunos de los “protas” del sainete del estío: el anuncio del fichaje de Alonso por Aston Martin, cuando todos esperaban la renovación con su actual equipo; el ridículo de Otmar Szafnauer siendo incapaz de localizar al asturiano en Oviedo; el comunicado de Alpine con la futura incorporación de Piastri -que ha pasado de no tener coche a disponer de dos monoplazas a su servicio para 2023-; el desmentido del australiano al anuncio de los de Enstone (al parecer por supuestas negociaciones con varios equipos); el “padreo” de Mark Webber -mánager de Oscar- con esta formación; la sombra de Briattore planeando sobre tan cargado ambiente; las especulaciones sobre el papel de Alonso en el conflicto por el joven piloto; y finalmente (¡de momento!) la continuidad de Alex Albon en Williams. Pero visto el ritmo y la cadencia de esta “canción del verano”, creo que el “sotto fondo” de este enloquecido juego de las sillas musicales aún no ha terminado…  aunque, en teoría, está prohibida cualquier “actividad” para la F1 en este paréntesis canicular.

Y hablando de música, “unos que vienen y otros que se van” como cantaría Don Julio en este agosto festivalero. Se va, en teoría, la F1, y regresa MotoGP en Silverstone.

Los de las motos vuelven, y Marc Márquez cuelga en las redes una fotografía en la que se le ve entrenando a tope en la piscina. Sólo faltaba de fondo la banda sonora de Tiburón para mayor tembleque de algunos bañistas.

Tradicionalmente el regreso a la actividad se producía en Brno, donde se consolidaban los acuerdos de futuro entre pilotos, equipos y marcas, que se habían estado fraguando a la sombra de algún chiringuito estival.

Ahora llegamos al GP de la Gran Bretaña, y con casi todo el pescado vendido. A falta de nueve carreras -un periquete, y no nos daremos cuenta y nos habremos plantado en Valencia en un santiamén-, está definida casi toda la parrilla de MotoGP del 2023.

Viendo el careto avinagrado del siempre jovial Jack Miller en la World Ducati Week celebrada en Misano, a la que Jackass tuvo que acudir cumpliendo su contrato con su todavía actual marca, uno se pregunta: ¿con que ánimo afrontarán la segunda parte de la temporada los pilotos que saben que o ya no se juegan nada (Dovizioso que cuelga el casco, o Morbidelli que casi ya es un expiloto con sus rodillas más castigadas que las de Umtiti), o que el año próximo vestirán otros colores?

Personalmente estoy disfrutando con la temporada de MotoGP, y niego totalmente a quienes dicen que “ahora las motos son más aburridas”. A mi no me lo parecen, sino todo lo contrario. Pero sí que estoy de acuerdo en que tal vez las carreras que tenemos por delante no necesitan de pilotos con el indicador de batería parpadeante. Espero que, en aras de la profesionalidad, su comportamiento tenga el rigor que todos merecemos y esperamos. Seamos serios, por favor.

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