El trabajo de secretario técnico tiene tanto peligro como el de director de comunicación. Es una silla eléctrica en la que hay muertos si no hay un único responsable, tal y como ocurre en el segundo departamento. Ser secretario técnico del Barça tiene fecha de caducidad. Y el reconocimiento demasiadas veces llega fuera de tiempo. A Zubizarreta le pasó con varios jugadores porque acertó, y mucho, en sus contrataciones como es el caso de Alexis, Cesc, Alba, Ter Stegen, Bravo, Rakitic o Neymar pero injustamente se le recuerda por Song, Afellay o Mathieu. A Txiki le pasó tres cuartos de lo mismo porque bajo su mandato se contrataron a un sinfín de buenos jugadores como Touré, Deco, Eto’o, Ronaldinho, Belletti, Piqué, Alves... pero se le recuerda que fue él quien ató a Chygrinski, Hleb, Henrique o Keirrison.
El caso de Robert Fernández va en la misma línea. Fue él quien, apurados por la falta de centrales, acertó con el fichaje de Umtiti o en la contratación de Cillessen. O en el estado de nerviosismo en el que se encontraba el club con la marcha de Neymar, cogió un avión desde Boston a Londres para pactar el fichaje de Coutinho o aconsejar el de Dembélé. O atar a Arthur. Hubo fichajes no acertados como André Gomes o Digne pero su balance es positivo.
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Hoy podemos decir que Txiki fue un genio y que los dos siguientes que le precedieron estuvieron a un gran nivel. Aunque la directiva no supiera aguantar la presión cuando vienen mal dadas. Y se los cargó para quitarse de encima la presión y librarse ellos mismos.