Todos somos profesionales del balón

Hace muchos años, un periodista que seguía la información del FC Barcelona me soltó: “¡Eh!, no te equivoques, que yo soy un culé profesional”. La definición me pareció de una precisión inaudita y de un cinismo desacomplejado y fascinante. Me cautivó y ya para siempre la he recordado y se me ha hecho presente en días como estos, en los que se ha montado un debate fenomenal sobre si debía jugarse la jornada liguera de este fin de semana o bien debía suspenderse. Creo que forma parte de esa necesidad colectiva que tenemos los profesionales de la pelota —ya me incluyo— de blanquearnos la conciencia, como una característica intrínseca y esencial.

¡Claro que debería haberse suspendido!. Es una vergüenza que se haya jugado, que se hayan cantado goles en estadios llenos, insultado rivales y árbitros y todo el griterío y la palabrería propia de un partido de fútbol, mientras que en el País Valencià se fueran contando los muertos, buscando a los desaparecidos, quitando el barro a palazos y tratando de rehacer la vida que la riada se les había llevado.

Pero es que el coste de suspender la jornada de Liga era inasumible en términos morales, no económicos, para todos y cada uno de los agentes que viven de ella, desde los medios de comunicación a la patronal del fútbol pasando por los jugadores, los entrenadores y los clubes. El fútbol es un negocio gobernado por la codicia.

Los argumentos del presidente de LaLiga, Javier Tebas, de que la mejor respuesta era jugar para demostrar normalidad, o de quienes afirman que debía disputarse la jornada para recaudar fondos y enviarlos a los damnificados de la dana son excusas. Jugadores y entrenadores han dicho que no debería haberse jugado, que si hubiera dependido de ellos la jornada se habría suspendido… pero no hay ninguno que se haya negado a jugar porque siempre juegan once contra once.

Y, luego, que cada cual se trague la amargura como buenamente pueda.