Lo ha dicho Mourinho: “Un árbitro puede equivocarse; el VAR, no”. Efectivamente, el VAR no interpreta. El VAR certifica, es como una ecografía, un TAC, una resonancia magnética. Y lo que hemos comprobado en los dos últimos partidos del Real Madrid es que, ¡oh!, miren por donde, se ha dibujado/tirado una línea que ha obrado el milagro de hacer desaparecer un fuera de juego que seguramente existía y, también, que anuló un gol al Valencia vaya usted a saber porqué. Dos jugadas, la primera ante el Eibar, que pusieron en alfombra roja el triunfo a los blancos. ¡Vaya por Dios, qué novedad!
Total, que aparece Gerard Piqué por ahí diciendo que la Liga es muy difícil ganarla porque, después del regreso, ya se ha visto que el Real Madrid no va a perder más puntos. Ironía, sí, para contextualizar una realidad: normalmente, en caso de duda, incluso el VAR se alinea con el Madrid. Nada nuevo bajo el sol.
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Pudiendo estar de acuerdo con todo ello, no es menos cierto que si el Barça hubiera doblegado al Sevilla, el Madrid no tendría la más mínima opción de recuperar el liderato de la Liga si hoy derrota a la Real. Es decir, si el Barça hubiera hecho los deberes, aquí no habría queja de ningún tipo. Y es en este punto donde conviene centrar el foco, porque el Barça tiene que preocuparse de sus cosas, ya que es lo único que puede controlar. Haber perdido el privilegio de depender de sí mismo no es culpa del VAR ni del Real Madrid, solo del propio Barça, de ese Barça que fracasó en Granada, ante el Levante, que fue incapaz de derrotar a su eterno enemigo en el Camp Nou y que cayó en el Bernabéu... Ya dice el refrán que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.