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Koeman, desprotegido por dentro y por fuera

OPINIÓN

Ronald Koeman observa el partido durante el Clásico Barça-Real Madrid de La Liga 2020-21 / | EFE

Decidí ver el ‘clásico’ más allá del pupitre de prensa. También opté por alejarme de la tribuna y opté por acercarme a la Grada d’Animació. Regresaba este colectivo al estadio tras muchos meses de pandemia y restricciones en una de esas jornadas marcadas en el calendario. Sí, esta temporada también. Reconozco que fue un cóctel de egoismo y periodismo. Lo primero, porque estaba notando en mí el hartazgo que provoca este desánimo lógico pero un punto exagerado. Lo segundo, porque quería comprobar si este grupo de jóvenes sería capaz de contagiar al resto del respetable, y convertirse en ese ‘inasequible al desaliento’ con el que los periodistas acostumbramos a describir al equipo menor pero luchador, al David que casi todas las jornadas se enfrenta a Goliath.

Minutos antes del pitido inicial, confirmé que los y las integrantes de la Grada d’Animació seguían en plena forma. Más difícil fue la comunión con el resto del Camp Nou a partir del minuto 25 y, por lo que se vio en el césped, tampoco consiguieron insuflar energía a equipo físicamente tocado. Poco a poco se fue diluyendo aquella efervescencia inicial. Excepto el ‘once’ titular del grupo animador, el Gol Nord entró en estado de resignación. El gol del Kun Agüero fue más celebrado por el hecho de haberlo marcado el argentino que por recortar distancias o aumentar la autoestima.

 

Subí con parte de esos ochenta y tres mil espectadores que fueron al estadio hasta llegar a la Diagonal. Un camino que no se hizo tan largo como otros días de derrota. Un recorrido silencioso, con miradas algo perdidas y conversaciones en tono tan bajo como el ánimo. Escuché muchas veces el nombre de Koeman y ninguna el de Messi. No oí recuerdos de un pasado más glorioso o de ausencias de renombre. Todos han asumido la realidad en un tiempo récord gracias a ese ‘es lo que hay’ que han desde el vestuario en público y desde los despachos, en privado. Porque en la intimidad, la directiva habla otro idioma. El técnico holandés lo sabe porque lo lleva escuchando desde que aterrizó Laporta. Cuestionado dentro y fuera, también en ambos planos se ve desprotegido. Solo faltó que veinte cafres le escupieran, insultaran y golpearan su coche para que sintiera aún más esa sensación de desamparo. Un coletazo final extremo que demuestra como no se anima en grupo.