La situación de precariedad que rodea a la primera plantilla del Barça obliga a replantearse algunos principios básicos. Y eso es mala señal. Hasta hace pocas semanas, el gran dilema que siempre rodeaba a los de Luis Enrique no era otro que saber si el equipo iba a jugar mejor o peor. Ahora se intuyen tics más que preocupantes. En estos momentos, visto lo visto en el Parque de los Príncipes, frente al todopoderoso PSG, o en el Camp Nou, ante el modesto Leganés, lo crucial es que los azulgranas compitan los 90 minutos. Si además juegan bien, ya es la hostia. Lo que no se puede incentivar es la controversia entre la actitud y la aptitud de los jugadores. La calidad o el estado de forma se pueden debatir en todo momento, es algo subjetivo. La actitud jamás debe cuestionarse. Y el run run en Can Barça molesta más de la cuenta. Toca replegar filas y aunar esfuerzos comunes para salir de un atolladero importante. La temporada no está finiquitada y los partidos, aunque parezcan intrascendentes, exigen competir, con más o menos acierto, pero demostrando que la grandeza de un club va más allá de una clasificación.
Cuando jugar ya no es lo más importante
OPINIÓN
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