La salud está por encima de todo. O debería estarlo. Llevamos un año y medio de lucha contra la pandemia y seguimos sin ver la luz al final del tenebroso túnel de contagios y muertes. La vacunación ha significado un punto de inflexión en esta batalla contra el horror, pero el COVID-19 no ha desaparecido. La quinta ola que vuelve a llenar hospitales (especialmente, ahora, de gente joven) no permite ningún tipo de relajación. Por eso es lógico que las autoridades sanitarias mantengan las restricciones y sigan lanzando avisos de alerta. Porque la guerra contra el virus no ha terminado. Sin embargo, hay decisiones políticas que sorprenden por su incoherencia. Como la negativa a que el Gamper pueda celebrarse con público en el Camp Nou. Cuando las playas de todo el país están llenas a rebosar de gente sin mascarilla, cuando el botellón continúa vigente en la mayoría de las ciudades a pesar del toque de queda, cuando se han visto imágenes vergonzantes en festivales de música y en conciertos multitudinarios, resulta paradójico que no puedan entrar 20.000 personas en un estadio en el que caben 100.000.
La coherencia debería ser la base de cualquier decisión de un gobierno. Y en este caso, parece que no es así. Es lógico, pues, que el Barça se sienta enormemente perjudicado. El club blaugrana ha sufrido como pocas empresas las devastadoras consecuencias económicas de la pandemia. El Gamper era una oportunidad para recuperar un poco del muchísimo dinero perdido durante todo este tiempo. Por eso la prohibición de que pueda haber espectadores en el partido contra la Juventus ha sido un durísimo golpe. Para la economía del club, pero también para la ilusión de miles de aficionados que llevan demasiado tiempo sin poder ver en directo a su equipo. El Barça intentará negociar con la Generalitat para que modifique su postura... pero la sensación es que el Gamper ha quedado, lamentablemente, sentenciado.Y no solo eso: puede que la Liga, que arranca el 14 de agosto, también empiece sin público. Un desastre...