Pep no habla claro. No me gusta tener que interpretar a las personas. No me gustan las insinuaciones. Ni las frases enigmáticas. Ni los mensajes encriptados. Soy más simple. Prefiero que me digan las cosas claras. Las buenas y las malas. Y me da mucha pereza buscarle los tres pies al gato. Por eso no comparto algunos de los discursos de Guardiola. Demasiado complejos. Demasiado laberínticos. En ese sentido, me resulta mucho más fácil de entender lo que dice Mourinho y cómo lo dice, aunque lo que diga, casi siempre, sea mentira. A Pep, a veces, solo le comprenden los especialistas en descifrar todos sus registros semióticos. Que son pocos. Y elegidos. Y que, en ocasiones, también se equivocan. O no se ponen de acuerdo.
Guardiola, por ejemplo, habló el pasado miércoles de “cosas que han sucedido y que se han escondido por culpa de nuestro silencio”. Hoy, todavía, no sé a quién iba dirigido el mensaje. ¿A la Federación? ¿A los árbitros? ¿A Mourinho? ¿A la junta directiva del Barça? ¿A los medios de comunicación? Y tampoco sé qué quiso decir: ¿Se quejaba de una Liga adulterada? ¿Se quejaba de la falta de apoyo de Rosell? ¿Se quejaba de la caverna mediática? ¿Se quejaba de sus jugadores? Cualquier interpretación que se haga es válida. Y estoy convencido de que cada culé tendrá la suya. Por eso sería bueno que, para acallar todo tipo de especulaciones, Guardiola hablara claro. Para todos. Sin subterfugios. Le entenderíamos más. Y le aplaudiríamos. Total, ahora ya se va...