EL FÚTBOL, se pongan como se pongan, lo sustentan los seguidores, los aficionados, los fans. Los de aquí y los de allá. Son los que pagan el carnet de socio, los que compran las entradas, las camisetas, el merchadising, los que hacen posible las plataformas de pago, los que consumen prensa, radio, televisión. Todo... Y me da la impresión de que los actores, los protagonistas de la película, cada vez se alejan más de la realidad, del público, de los espectadores, de los medios de comunicación. Están encerrados en sí mismos, en su mundo, levantando cada día muros más altos y más gruesos. Entrenamientos a puerta cerrada, entrevistas a cuentagotas a no ser que haya dinero de por medio (actos publicitarios), blindando cualquier accesibilidad a ellos. Ni en la Ciutat Esportiva, ni en los viajes oficiales. Nada... Sólo faltaba que incluso en los partidos, a la hora de dar órdenes en el campo, entrenadores y jugadores se tapen la boca para que la televisión no pueda adivinar de qué hablan. ¡Semejante chorrada! ¿Acaso el entrenador rival se va a enterar? Es una obsesión casi enfermiza por impedir que nadie entre en su mundo. Y se equivocan, porque sin aficionados, sin apasionados seguidores, sin medios de comunicación, esta industria en la que ellos son la principal materia prima, no tendría la dimensión que tiene ni movería los millones que mueve. En Estados Unidos la prensa entra en los vestuarios, el público puede oír las conversaciones de los árbitros y aquí, sin ir más lejos, podemos oír las instrucciones de los entrenadores de fútbol sala o baloncesto. Nadie se tapa la boca.
Por favor, sáquense la mano de la boca
OPINIÓN
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