Deberíamos hacer un ímprobo esfuerzo de abstracción y procurar, aunque solo sea por un momento, aislarnos del gigantesco ruido que se ha instalado en el FC Barcelona. Siempre lo hay, es verdad, si bien en los últimos días se ha acentuado como consecuencia de las derrotas en Liverpool y Sevilla.
Si hoy descendiera un extraterrestre al Camp Nou y viera que se quiere crucificar al entrenador que ha conquistado las dos últimas Ligas y que, además, se pone en duda y se cuestiona de forma sistemática la bonanza de un club que ha ganado ocho de las últimas once Ligas y cinco de las últimas diez Copas del Rey, nos recetaría a todos una buena dosis de Trankimazin para curarnos de esta histeria colectiva.
En contraposición, y ya que siempre se suele utilizar al Real Madrid como referencia, tanto en lo bueno como en lo malo, resulta sorprendente, tirando de ironía, que el Santiago Bernabéu siga en pie y sea Florentino Pérez el que todavía esté ocupando la presidencia. Sí, allí, en ese equipo que ha quedado a 19 puntos del Barça en la liga (dos años consecutivos), no hay crisis.
Allí, a pesar de que el Ajax le vapuleara 1-4 en su estadio en la Champions League y el Barça le apeara de la Copa del Rey, no ha ardido Troya, más allá del cambio de entrenador. Se compró el cromo de Zidane cual hijo pródigo y todo arreglado. Se acabó el debate. Por el contrario, los fracasados son Guardiola por no haber ganado la Champions con el City y Valverde por haber hecho el ridículo en Liverpool. Por cierto: este sábado Liverpool y Tottenham disputan la final de la Champions League. ¿Quieren mirar, por favor, cuántos años hace que uno y otro no conquistan la Liga inglesa? Se sorprenderán… Moraleja: cada día la competencia es más feroz e igualada y solo puede ganar uno.
¿A qué viene, pues, ese espíritu autodestructivo tan generalizado del barcelonismo? No seré yo quien niegue que la obligación del FC Barcelona es, en todos sus ámbitos de competencia, alcanzar la excelencia. Y tampoco obviaré que los sonados fracasos ante Liverpool y Valencia, más por las formas que otra cosa, obligan a una profunda y serena reflexión por parte de los responsables del club. Son ellos quienes tienen toda la información y son ellos, también, los que sabrán lo que deben hacer. Los entrenadores del Barça no se eligen en ninguna tertulia televisiva, radiofónica o en la redacción de un periódico. Y mucho menos en Twitter.
Y en eso estaba Josep Maria Bartomeu estos días, en fase de reflexión, de diagnóstico, hasta que el martes dijo: “Basta, hasta aquí hemos llegado”. Que se diera por cierto, y como exclusiva, que él ya le había comunicado a Ernesto Valverde su destitución como entrenador del FC Barcelona fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Bartomeu decidió en la tarde-noche del martes hablar personalmente con los máximos responsables de algunos medios para acabar con las especulaciones. Cierto entorno quería sangre, víctimas, culpables, dimisiones y viendo que no le dejaban tiempo para el análisis sereno, decidió cortar de raíz. Si ayer miércoles hubiera continuado el ‘espectáculo’, el FC Barcelona estaba dispuesto a emitir un comunicado oficial. No hizo falta.
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El espíritu crítico del FC Barcelona y su alto nivel de autoexigencia le han llevado a ocupar el puesto que ocupa. Ahora, desde la serenidad, se podrá analizar y hablar de todo: de las altas, de las bajas, del modelo de club, de la política deportiva, del ADN Barça, del papel de La Masia (aquí también hay mucha tela que cortar), de la economía…