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Despedida imperfecta de Juan Carlos Navarro

OPINIÓN

Navarro / | sport

No hay nada más difícil que despedir a una leyenda que no quiere irse, como se vio ayer en el emotivo acto de despedida a un mito como Juan Carlos Navarro, que ha sido el faro de la época dorada del basket blaugrana. Fue una puesta en escena emotiva, gráficamente brillante, y con un momento de gran emoción, cuando Navarro no pudo evitar romper a llorar.

Con él se termina una época dorada en la que el basket blaugrana lo ganó todo y cuando no ganaba al menos competía al máximo nivel. La carrera de Navarro se ha ido apagando a la misma velocidad de una sección que hoy tiene una seria crisis de identidad y una imposibilidad manifiesta de competir económicamente con los grandes clubs de Europa. No era, pues, el momento óptimo para una despedida de este calibre.

Sin embargo, ha habido circunstancias que la han enturbiado demasiado: el club comunicó su adiós a destiempo, a mediados de agosto, cuando debía haberse cerrado en el mes de junio al terminar la temporada. Se alargó la incertidumbre y el anuncio se hizo con un gélido comunicado que denotaba que no todo iba sobre ruedas. Y por si había alguna duda, ayer el jugador ni siquiera hizo esfuerzos por disimular su malestar y llegó a afirmar que “quería seguir un año más, y me hubiera gustado despedirme de otra manera”.

 

Es evidente que el jugador está dolido y que no ha digerido una despedida que, por mucho que duela, era necesaria visto el nivel de su última temporada. Lo deseable hubiera sido que Navarro se hubiera mordido la lengua, ni que fuera pensando en la institución en la que lo ha sido todo y con la que queda ligado con un supercontrato, y también que el club hubiera tenido la suficiente mano izquierda para que ayer no se llegara a esta extraña e incómoda situación. Fue una despedida imperfecta para una trayectoria perfecta.