La Generalitat decidió ayer otorgar la Creu de Sant Jordi a Leo Messi. La Creu de Sant Jordi no es la máxima distinción del país (es la Medalla de Oro) pero es uno de los más altos reconocimientos a las personas o entidades que han destacado por su contribución. El Govern anunció que le daba el galardón “por su fabulosa trayectoria deportiva” pero también por su implicación en la sociedad catalana con sus cuantiosas ayudas al Hospital de Sant Joan de Déu para la construcción del Pediatric Cancer Center.
Hay muy pocos precedentes de un hecho tan singular: solo Cruyff la recibió antes, y como entrenador, y el baloncestista Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’, cuando ya se había retirado. Es la primera vez que se le da tan alta distinción a un jugador en activo. Pero Messi bien merece esta excepción: su talento es el principal embajador del Barça, que a la vez es, ha sido y sigue siendo, uno de los grandes embajadores de Catalunya en el mundo.
En una entrevista exclusiva con este periódico, Messi explicó hace unos meses por primera vez que comía pan con tomate y que sus hijos hablaban catalán, y confesó que se siente muy ligado a Barcelona, la ciudad que le ha visto crecer, llegar y triunfar en el mejor club del mundo. Sabemos poco más, aparte de que es feliz viviendo aquí con su familia, y si no sabemos más es porque él legítimamente no quiere, y antepone su privacidad a cualquier otra consideración.
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Sin duda, ha llegado el momento de empezar a saldar la deuda que este país tiene con un jugador que, más allá de todos los títulos que ha ganado y su dimensión mundial, ha tenido siempre una actitud impecable en el campo, donde no se le conoce ninguna acción fuera de tono ni ninguna falta de respeto. Messi ya nos ha dicho, hablando o jugando, que está orgulloso de jugar en el Barça y de vivir en Barcelona. Ahora le toca al país decirle que está orgulloso de él.