Si en algún momento crees que el Barça ha llegado al cénit de su locura, ocurre algo que lo supera. Es ‘més que un club’ en todo. No hay ninguna entidad comparable a esta. Hay tantos intereses mezclados que se convierte en un laberinto de pasiones, envidias, odios y amores. Solo hay que echar la mirada atrás para acordarse del Nuñismo-Cruyfismo-Rosellismo-Laportismo-Guardiolismo... El pasado es denso en peleas y ahora, sin ninguno de estos personajes en el primer plano, el club vuelve a dar un giro inesperado.
Todo a falta de cuatro meses para las elecciones y sin que el actual presidente pueda seguir en el cargo. ¿La cerilla que encendió el fuego? Un 8-2 y un burofax. A partir de aquí, llegó la moción de censura para echar al moción de censurapresidente, aunque sea a costa de hipotecar a su sucesor, que ya entrará tocado de muerte porque primero deberá avalar y unos meses después, a final de temporada, se le ejecutarán los avales a no ser de que antes el club se convierta en SAD, venda a Fati o los terrenos del Mini Estadi para liquidar deudas.
Hoy acaba el recuento de firmas de la moción para llevar a cabo un referéndum que debía celebrarse en 20 días, pero... ¿El Covid permitirá el referéndum? y sobre todo, ¿será viable tras la denuncia del Barça a la Guardia Civil por falsificación de firmas? Volvamos a echar la mirada atrás: En un clásico de 2018, el club detectó 2.823 entradas falsificadas que correspondieron a 2.823 socios que revendieron su carnet.
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Hoy, argumenta el club, esa red organizada a través de los tour operadores, que atraviesan una época complicada por el Covid, habría sido reactivada para abastecer a los promotores de la moción de censura a cambio de unas cantidades económicas. Y así estamos, con una moción en entredicho por todos cuatro costados. Lo dicho, un triple salto mortal que ahora aparezca la Guardia Civil y un juez que podría anular el proceso del voto de censura. Es un club único.