Con 19 años y la mitad de ellos sumergido en el agua y en el anonimato, para Pau lo de hacer una sesión de fotos de tres horas constituía toda una novedad. Con 38 años y más de media vida coleccionando medallas hasta que dijo basta, para Gemma este retorno es una nueva experiencia que le apetece mucho vivir. Ambos se miraron a los ojos en marzo y decidieron formar “la extraña pareja”, como describe Mengual con humor a este dúo mixto con el que se van a Kazán a hacer historia. Pau Ribes no se reconoce como un bicho raro sino como “un nadador que desde los siete años quiso hacer lo mismo que sus referentes, Gemma y Bill May. Sé que no es habitual entre los hombres pero la sincro no tiene sexo”.
Ha tenido que aguantar más de una broma sobre su sexualidad “pero me da igual, paso mucho de lo que me diga la gente”. Su familia, sus amigos y su novia Cristina están a su lado, le apoyan y le han ayudado “a crecer y a creer en mí. De pequeño, veía pasar un balón y lo miraba pero no lo chutaba. No me gustaba el fútbol, sólo el agua. Y mis padres, cuando les dije que quería ser nadador de sincronizada, a los dos minutos ya buscaban infotrmación para apuntarme donde fuera”. Gemma le mira con cariño y complicidad. Reconoce que “le doy bastante caña cuando entrenamos. Los primeros días me lo miraba y pensaba: ‘míralo que tieso está’. Era cero redondo, recto como un palo. No veas lo que ha evolucionado. Vamos al Mundial a hacer historia, aunque sabemos que la medalla es difícil”.
Posan en la piscina. Ella manda, corrige, se transforma y le transforma y siempre acaban con una sonrisa. “¡Como no me hagas caso, me divorcio!”, le dice Gemma a Pau riendo. Aquella Mengual tan triste que dijo adiós cuando ya no aguantaba más, ahora vuelve “para vivir la sincro de otra manera. Es una experiencia más y me apetece un montón. Empecé a darle vueltas en Navidad... ¡y aquí me tienes! Quiero disfrutar pero también competir. Y, por supuesto, ganar”. Ellos son, sin duda, la pareja del verano.