Los números hablan por sí solos. Se han disputado 14 grandes premios y en los últimos siete, es decir, desde el GP de Catalunya, Yamaha no ha ganado ni una carrera. Por el contrario, en las siete primeras, las del periodo comprendido desde Catar a Barcelona, se impusieron en cinco. Está claro que Yamaha cogió con el pie cambiado a sus rivales, especialmente a Honda, sobre todo con la adaptación del nuevo reglamento, pero a medida que los otros han evolucionado ellos se han estancado.
No quiero restarle ni un mérito a Marc Márquez y a Honda, al contrario, puesto que han sabido minimizar los daños cuando la situación no ha sido favorable y maximizar las prestaciones cuando el viento soplaba a su favor, como ayer en MotorLand. Una explicación la podríamos encontrar en el comportamiento de los neumáticos, que no transmiten buenas sensaciones a sus pilotos, otra en la decisión de Lorenzo de irse a Ducati y la mala relación entre sus pilotos, también en la progresiva adaptación al nuevo software y la cuarta en que se han dormido en los laureles sabiéndose los mejores que hoy ya no son.
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La relación entre Valentino Rossi y Jorge Lorenzo está bajo mínimos. Después del encontronazo que tuvieron en la rueda de prensa de Misano, las acusaciones, más o menos veladamente, estuvieron a la orden del día todo el fin de semana de MotorLand. Desde su origen no hubo conexión, puesto que el mallorquín se encontró un muro dentro del box a su llegada a Yamaha y nunca se ha podido reconducir la situación. No tienen nada que les una, personalmente, y deportivamente todo les distancia y es un caso que puede ilustrar a las mil maravillas una de las citas más repetidas en un paddock: “El primer enemigo de un piloto es su propio compañero de equipo”.