Dolió en el seno perico la contundente derrota en Getafe. Más que por el resultado, por la imagen ofrecida por el equipo. El Espanyol, un conjunto que se ha caraterizado desde el comienzo de la campaña por querer el balón, protagonizar los partidos e ir al ataque, fue otro en el Coliseum Alfonso Pérez.
La baja de Marc Roca se notó demasiado y David López, que volvía al centro del campo para hacer las funciones del de la Granada del Penedès, se motró más pendiente de destruir que de enlazar con sus compañeros de medular, Granero y Darder, y de dar una salida limpia al balón.
Le costó a los de Rubi dar tres pases seguidos y enlazar con los hombres de ataque. Borja Iglesias no estuvo cómodo y echo de menos a uno de sus mejores socios, Sergio García, al que ni Hernán Pérez ni Piatti, desaparecidos, hicieron olvidar.
Fue un duelo para olvidar, sin lugar a dudas el peor de la temporada. Pero si hay algo que preocupa en las últimas jornadas es la sangría que sufre el equipo: ocho goles recibidos en las últimas tres jornadas, los mismos que el Espanyol encajó en las primeras 11. Hay que cortar eso de raíz.
Carencias a la vista
El balón parado y los errores individuales son el principal problema que ha acabado con la fortaleza defensiva espanyolista. De los últimos ocho goles, dos han llegado de córner, otro más de cabeza, y uno tras un grave fallo en la salida de balón de Mario Hermoso.
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La mitad de ellos, evitables; del resto, el último tanto recibido en Getafe toca en David López antes de besar las mallas, en el primero Óscar Duarte se muestra muy blando ante Jorge Molina y en el tercero del Girona Diego López puede hacer más. De la robustez a la fragilidad.