La espera terminó. 33 años después, el Nápoles se proclamó campeón de la Serie A por tercera vez en su historia. No fue fácil frente al correoso Udinese, que marcó pronto y resistió en una primera mitad de más roce que juego. Pero tras la reanudación apareció el goleador partenopeo, Osimhen, para empatar y mandar el ‘Scudetto’ a la falda del Vesubio.
Tras 33 años de espera, este equipo eterno, que de tan ganador venció hasta a la superstición de una urbe que late en ‘azzurro’ y lleva semanas engalanada en una cuenta atrás para el frenesí que al fin estallará sin mesura, tomó el relevo de Maradona. Nápoles resurge como la resistencia sureña al poderoso norte, que posee 110 de 119 títulos (tres la Roma, dos la Lazio y uno el Cagliari).
Aunque al Udinese, siempre tan disciplinado, la épica napolitana le traía sin cuidado. Los ‘friulani’ no tenían la menor intención de ser la comparsa de nadie, ni siquiera del campeón. De hecho, marcaron en su primer disparo. Lovric llegó solo al área, se giró sin oposición y ajustó un obús al ángulo.
El Nápoles había caído en la trampa. Incapaz de imponer su estilo frente al muro local. Enzarzado en una sucesión de choques e interrupciones del que no podía salir vencedor. Un testarazo aislado de Osimhen cerca del poste, su único remate en 45 minutos.
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Tuvo que ser el nigeriano, faro y corazón del equipo campano, el que empatara al inicio del segundo acto. El balón quedó muerto en el área y él le pegó con el alma para darle el último empujón al título. No hubo reacción del Udinese, sin gasolina, descosido por las lesiones. Silvestri privó del segundo a Zielinski, pero poco importaba. El Nápoles acunó el balón, su gran aliado en esta aventura hasta el ‘Scudetto’, que le acredita, 33 años después, como el mejor de Italia.