Puede que el Atlético, con la triquiñuela de hacer jugar a Griezmann a partir del minuto 60 de partido, logre evitar pagar la cláusula de recompra del delantero francés, pero ha conseguido convertir en un vodevil la segunda parte de sus partidos.
Es tan evidente que este espectáculo no obedece a razones deportivas que es inevitable que quede tocada la imagen del club, del entrenador (que lo permite) y del jugador, dispuesto a todo para mantener su sueldo.
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Es el todo por la pasta elevado a su máximo exponente de un jugador que, queriendo o no, convierte todos sus contratos en una bomba de relojería.