La remontada fue posible. No sabían que era imposible... y lo consigueron. Desde el primer minuto hasta el último lo intentaron con denuedo todos los jugadores barcelonistas en una noche intensa y ruidosa donde Luis Enrique, el Barça, fue valiente al ordenar jugar con una línea defensiva formada por solo tres hombres (Mascherano, Piqué y Umtiti), sin laterales puros (Sergi Roberto, Digne y Alba en el banquillo). Para hacer ese dibujo táctico, el técnico asturiano se vio obligado a jugar con centrocampistas, interiores, muy abiertos en banda. Ahí entró en juego Rafinha. El hispano-brasileño fue la gran sorpresa de la noche y cumplió a rajatabla las órdenes de su entrenador. Prácticamente pegado a la línea de cal, abriendo y estirando el campo, siempre se ofreció para descargar el juego y, a pie cambiado, intentar con mucha voluntad desequilibrar, siempre por dentro ya que por fuera, al ser él zurdo, no pudo hacer daño en esas incursiones.
A Rafinha se le tiene que aplaudir su gran disciplina táctica, su voluntad, su entrega, incluso su valentía a la hora de ofrecerse y de encarar. Lo intentó todo. Otra cosa muy distinta fue el resultado final de todo ese trabajo. El azulgrana ni estuvo fino ni atinado a la hora de pasar ni de disparar. Recibió muchas faltas de sus marcadores, tanto de Kurzawa como de Rabiot, que le cortaron las alas. En el juego combinativo siempre se ofreció y estuvo presente. Nada que objetar. Sin embargo, dada la naturaleza del partido, la exigencia de la eliminatoria, la jerarquía del oponente, hubiera sido recomendable un paso más adelante de Rafinha. A estas alturas no es suficiente con las intenciones, se juzgan los hechos. Acabó siendo sustituido por Sergi Roberto en el minuto setenta y seis, cuando el partido estaba 3-1 y el Barça claramente eliminado. Y miren por donde ese hombre, el sustituto de Rafinha, hizo posible el milagro entrando en la historia de los héroes azulgranas.