Algún jugador optó por cerrar sus teléfonos. Los dos que más de uno tiene. Otro dejó alguna lágrima que prefirió no compartir en aquella taquilla de Portugal. Más de rabia que de dolor. Casi todos se agarraron al silencio más absoluto, un hermetismo que solo rompieron con los suyos y poco más.
Trascendió aquella fotografía de Messi y Ter Stegen abatidos, dos compañeros que tenían un contacto estrictamente profesional aunque uno y otro vivieran a menos de diez minutos en coche en Castelldefels. Les unió un desastre que empañaba sus respectivas carreras. Aquel Barça había llegado a la competición quitándose la arena de las chanclas, tras una temporada en pandemia y cuya Liga dejó escapar.
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Tenía claro que no iban a llegar muy lejos y sólo deseaba cubrir el expediente para reiniciarse. Todo explotó tras un 2-8 humillante. Quique Setién afrontó una rueda de prensa y un momento vital tras el cual no ha vuelto ejercer la profesión. A pesar del dolor, a Eder Sarabia se lo llevaron los demonios aunque hizo un esfuerzo porque no trascendiera públicamente y lo logró. Bartomeu apenas interactuó con los jugadores -más allá de alguna frase de compromiso- aunque sí con algunos periodistas. Un equipo de cristal que estalló en pedazos y sigue en periodo de reconstrucción.