Xavi Hernández no es plato de buen gusto en la capital. Le llaman despectivamente “el jardinero”, desde que en esa celestial semifinal de Champions frente al Madrid de Mourinho - la del “puto amo” de Pep, con doblete de Leo Messi - el entonces metrónomo azulgrana criticara la altura del césped del Bernabéu.
En el fondo, lo que supura es un odio eterno por haber profanado una y otra vez, casi durante una década, el templo blanco.
En contraste con las dudas que genera Xavi en una parte del entorno culé, en Madrid hay pavor a que el míster pueda seguir en el banquillo muchos años más. Por eso, se ha llegado a interpretar que Xavi va a renovar solo hasta el 2025 como una amenaza hacia su continuidad en el futuro. Pues no.
Más allá de que en el club haya o no dudas sobre el míster, la firma hasta 2026 nunca resultó una opción seria por dos motivos que pusieron de acuerdo a las partes: al Barça le viene bien un año más por la prudencia que recomienda el delicado fairplay de la entidad; y a Xavi también le cuadra porque lo último que quiere es hipotecar el futuro.
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Si la relación fluye, se volverá a ampliar. Si se tuerce, para casa. Xavi lo ha dicho siempre: él jamás será un problema.