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Volvió la mejor versión del tridente y Leo marcó el tercer gol de falta en tres partidos

La fe de Suárez impulsó a Barça y Ney volvió a ver portería tras más de 1.000 minutos

La renovación de Messi es un tema tan declicadoo que mejor que nadie hable de ello / | sport

No hace mucho (el tiempo pasa volando) Messi llevaba el dorsal 30. Calzaba botas Nike. Y parecía impensable que de esa cara pintada de acné pudiera salir una larguísima barba panocha. Eran otros tiempos, era solo un pibe, pero pronto se le colgaron algunas etiquetas. 

La más extravagante, seguramente, fue la falta de gol, aunque en esos tiempos le costase convertir. Más tarde –y tras desmentir a su manera aquel primer diagnóstico– se dijo de él que no era fiable en los lanzamientos de falta.

Se equivocaron de nuevo con este genio indescifrable. Leo se ha convertido en un especialistaUn francotirador capaz de marcar tres goles a balón parado en una semana. Los tres una barbaridad. Los tres trascendentes.

Su primer maestro en esta especialidad –antes de la aparición de Maradona en la selección– fue Ronaldinho. Ahora ya ha igualado a Koeman (el héroe de Wembley, ni más ni menos) con 26 goles de falta. El de ayer, clave, porque dio la clasificación a cuartos tras marcar el 3-1 definitivo con un disparo tan preciso, tan perfilado, que golpeó en la base del palo antes de entrar. 

El valor del Suárez

No fue un tanto cualquiera, fue el número 302 del tridente (125, Leo; 100, Suárez; 77, Ney,) en una victoria imposible de entender sin reparar en el uruguayo. 103 partidos le bastaron a Kubala para llegar a los 100 goles. 120 necesitó Suárez para celebrar su particular centenario goleador con el Barça. 

Lo logró frente al Athletic fiel a sí mismo, con un tanto de incontinencia y arrojo.  “Lo que viví de pequeño me hace no dar un balón perdido”, recuerda a menudo. Y así es el uruguayo. Un jugador visceral, sin adornos, lejos de la delicadeza de Neymar y Messi.

Su intensidad, incluso su fe, lo conecta con un fútbol más humilde. Porque esa urgencia con la que vive los partidos. Esa épica con la que combate la adversidad. Es más propia del futbolista sin contrato garantizado o de un equipo que se juega la categoría que de un tipo instalado en el éxito.

No es extraño, pues, que sea una pieza tan importante en partidos como el de ayer en el que se impone dar un paso adelante. En los que falta fineza. En los que se pende de un hilo.

En ese territorio el uruguayo es un arma formidable. Lo dejó claro ayer, otra vez con un tanto espectacular. Una media tijera impensable; una extraña mezcla de belleza y contundencia. 

Su tanto serenó durante un buen rato un ambiente enrarecido por el runrún arbitral (ayer contribuyó Gil Manzano con un gol anulado por un fuera de juego) y un Barça con muchas prisas, entregado a la verticalidad del tridente.

El gol fue un alivio para los de Luis Enrique. Y llegó acompañado de buenas noticias. El fin a la sequía de Neymar, por ejemplo, tras más de 1.000 minutos sin marcar.

El brasileño provocó un penalti tras hacerle un lío a la defensa y le bastó un intercambio de miradas con Messi para hacerse con el balón. Lo que vino después fue un thriller para la hinchada azulgrana.Primero porque Ney escogió el camino más largo antes de marcar. Y más tarde porque Saborit logró el 2-1 que igualaba la eliminatoria contra pronóstico.

 

El tanto del Athletic invitaba a pensar en la prórroga, pero de nuevo apareció Leo con otro gol marciano para meter al Barça en cuartos. “¿Cuando no ha sido decisivo Messi?”, se preguntaba Luis Enrique tras el partido. “Lo que hay que hacer es renovar a Messi y no tener sentido común”, sentenció Suárez con otro remate certero.